Los libros y yo

Mientras me alcanzan el libro que voy a leer, paseo los ojos por los estantes llenos de libros y pienso que la vida no me alcanzaría para leerlos todos, ahí mismo me entra un arrepentimiento atroz por las horas que le quito a la lectura por mirar la TV, pero a la vez me pongo a recordar los momentos de felicidad que me han dado los libros y las bibliotecas.

Una vez que aprendí a leer, no paré nunca, se me abrió un apetito voraz por leer de todo, primero eran los cuentos infantiles, lo de mi casa y los de tapa lustrosa de la escuela, luego la enciclopedia Bruño, el diccionario Larousse, un libro de tapa roja que pesaba pero que yo cargaba por toda la casa, las revistas Vanidades, Buen Hogar y Cosmopolita de mi mamá, las Selecciones del Reader's Digest, Recuerdo los gritos de mi mamá cuando me mandaba a hacer algo, entraba y yo no estaba barriendo, ni arreglando la ropa, estaba leyendo algo, ¡Eres una drogadicta de la lectura”, me decía. Todas las noches eran de pelea para obligarme a apagar la luz  porque al otro día tenía que ir al colegio, ¡Un ratito, mamá!, uno de mis tíos era mi defensor, ¡Déjala a la chica!, le decía, un día me regaló un linterna pequeñita del grosor de un lapicero que alumbraba la línea que leía,  me ponía a leer debajo de la frazada, hasta que desapareció, supuse que ella me la requisó. Leía hasta los papeles del piso,¡Qué ganas tenía de saber que decía ahí!. 

Ya de mayor, era un placer leer El Comercio de los domingos, lo leía completo, hasta los avisos de defunción, siempre en orden, sección por sección, iba poniendo a un costado lo leído y al otro lo que me faltaba y pobre del que me desordenara mi periódico, también recuerdo la emoción con la que esperaba las revistas Despertar y Atalaya que dejaban los testigos de Jehová debajo de mi puerta, escuchaba que tocaban la puerta, esperaba que se vayan y a leer se dijo.

Muchas bibliotecas han sido testigos de mi felicidad, la de la municipalidad de San Isidro con su hermosa vista al parque del Olivar, la biblioteca de Letras de la universidad donde leí El diario de Ana Frank, la de la Casa de la Literatura en el centro de Lima aún con el pitido del tren que interrumpía a determinadas horas, la del Ministerio de Cultura, la nueva Biblioteca Central de Letras del edificio Ella Dumbar de la UNMSM, recuerdo haber sido inmensamente feliz leyendo El Hablador de Vargas LLosa, la de la Biblioteca Nacional de San Borja donde al fin terminé La Casa Verde y la maravillosa  Quien Mato a Palomino Molero, una pequeña del club de leones de San Antonio, Miraflores, la del instituto Charles Chaplin donde iba muchas tardes con el pretexto de investigar para mi tesis universitaria, la del centro cultural Ricardo Palma de la Av Larco a la que actualmente voy una vez por semana, a lo mejor haya otras más que en este momento se me escapan. No voy a decir que soy una romántica del libro impreso y que amo el olor del papel porque no es cierto, también leo mucho por internet, las lecturas se me acercan por todos lados, basta con poner una palabra en Google, muchas veces tengo que obligarme a parar porque seguro podría leer todo el día, siempre pienso en lo afortunada que he sido y le  agradezco a Dios por tener vista, ya llegó mi libro, tengo algo de  tiempo para leer. 

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