Por el Día de la Amistad fui a saludar a Mario Vargas Llosa,
un amigo muy entrañable al que aprendí a querer mientras leía sus libros. Fui a
agradecerle por su compañía y por los momentos de felicidad que me regaló, el
tiempo que, por un accidente, tuve que estar en cama por largo tiempo. Al
accidente, francamente ya no lo recuerdo, pero lo que sí me quedó grabado en el
corazón fueron los gratos momentos que pasé leyéndo uno tras otro, seis de
sus libros.
Casi sin querer empecé a hojear La Fiesta del Chivo que una
amiga me llevó a casa. Cuando terminé, una tía me llevó La Guerra del Fin del
Mundo, luego alguien me prestó El Hablador y después, mi compañero me compró,
El Paraíso en la otra Esquina, Travesuras de la Niña Mala y el Sueño del Celta.
Recuerdo con qué placer pasaba de capítulo a capítulo, sin ningún esfuerzo, de
lo entretenida que era la lectura.
Siempre me ha gustado leer, tanto que de niña mi mamá
siempre me decía “eres una drogadicta de la lectura”. Cuando estaba en el
colegio y nos obligaban a leer literatura peruana, yo me resistía a leer
autores locales, por esa tontería de los adolescentes de preferir lo
extranjero. Leía a León Tolstoi, a Julio
Verne y a otros, pero todo llega en su momento y mi tiempo de conocer a Vargas
Llosa, llegó, mientras estaba postrada en una cama.
Con El paraíso en la otra esquina conocí a Flora Tristán y a
su nieto el gran pintor Paul Gaugin que decía ser descendiente de los Incas y
que se fue a Tahití en busca del paraíso perdido.
Con El Hablador, lloré, conmovida por el gesto de un limeño que
se convirtió en nativo y dedicó su vida a defender los derechos de los selváticos,
quienes sufrían el silencio por el daño irreversible que inescrupulosos taladores
de madera le hacían a su hábitat, matando a los bosques y a la fauna que vivía
en ese entorno.
Con La Guerra del Fin
del Mundo me indigné por la vida de miseria que llevaban los brasileros de finales
del siglo XIX, mientras a los políticos no les interesaba otra cosa que cuidar sus
propios intereses.
El Sueño del Celta me permitió conocer la realidad peruana en
los tiempos de la fiebre del caucho. Por cada tonelada
de caucho, se asesinaban a diez indios y centenares quedaban marcados de por
vida por los latigazos, heridas y
amputaciones que se hicieron famosos en el Amazonas.
Con
La Fiesta del Chivo, me llené de rabia por la impunidad con la que el Chivo Trujillo abusaba de todos en sus 18 años de gobierno en la República Dominicana.
Travesuras de la Niña Mala me hizo reflexionar sobre las decisiones. Sentí una pena profunda por la mujer que habiendo conocido al verdadero amor, prefirió
hundirse en una relación enfermiza y degradante que la arrastró a lo más bajo.
Terminar un libro te produce un sentimiento realmente
indescriptible y en mi caso esa mágica sensación se repitió seis veces. Cuando cerré
la última hoja, me sentí tan feliz que casi agradecí por el accidente que me permitió dedicar casi todo mi
tiempo a la lectura.
¡Feliz 14 de febrero amigo Vargas Llosa y gracias por tu
amistad envuelta en libros!
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