Jesús Urbano Jimenez, Adios Maestro


Jesús Urbano Jiménez, uno de los grandes retablistas, reconocido cono Gran Maestro de la Artesanía Peruana ha partido, ha muerto para nosotros pero seguirá vivo, ha dejado el cuerpo físico y la persona a la que encarnó en esta vida, pero sus recuerdos y todo lo que atesoró en esta y en sus vidas anteriores se van con él, quizás vuelva con otro cuerpo y otro nombre,  a lo mejor ya no como artesano, pero sí como un maestro, el hombre encantador, cálido y sencillo que algunos tuvimos la suerte de conocer.
Jesús Urbano  creó una nueva corriente artística, fue el primero en realizar retablos costumbristas, con representaciones de enorme contenido social, fruto de todo lo que el maestro pudo reunir en su mente en sus largos viajes por los pueblos de las alturas en su vida como arriero.

Es el artista popular más premiado, con su obra contribuyó a elevar el prestigio  mundial de la artesanía peruana, sus retablos ayacuchanos,  magníficas obras de arte, forman parte de importantes colecciones  en todo el mundo. El maestro Urbano fue reconocido como Gran Maestro de la Artesanía Peruana y declarado por el Instituto Nacional de Cultura como Patrimonio Cultural Vivo, por su aporte a la comunidad obtuvo la máxima condecoración que el Gobierno del Perú otorga a los ciudadanos que han destacado: La Orden del Sol en el grado de Caballero. Además, obtuvo importantes premios en Japón, Estados Unidos, Argentina y Chile y fue nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad Mayor de San Marcos.
Con ayuda del historiador Pablo macera en 1,992 escribió Santero y Caminante, un libro autobiográfico, un maravilloso testimonio que refleja la ejemplar vida de este gran hombre.

Jesús Urbano fue un ser humano excepcional,  un peruano del ande, que a pesar de haber vivido muchos años en Lima y haber viajado por el mundo representando a los artesanos peruanos, nunca perdió su sencillez y su naturalidad, no parecía sentirse intimidado por la presencia de los otros, hablaba con naturalidad de lo que él conocía.
A diferencia de su maestro López Antay,  Jesús Urbano demostró con su ejemplo que el que sabe, debe trasmitir su saber. En 1,963 fundó una escuela en su natal Huamanga y ya en Lima, en su propia casa en Huampaní, dedicó  su tiempo y un espacio para recibir a muchos alumnos a los que enseñaba con mucho amor.

Unos veinte años atrás, de paseo por Ayacucho, tuve la suerte de visitar su taller, pude apreciar directamente lo que sus manos podían hacer, me quede extasiada viéndolo preparar las figurillas hechas de papa que formaban parte de los retablos. Una de sus últimas apariciones públicas se registró  el pasado mes de enero en el curso de Historia del Arte organizado por la Biblioteca Nacional, no olvidaré la imagen de Ramón Mujica, director de la Biblioteca Nacional, ayudando al maestro a llegar al escenario, fue una  hermosa demostración de respeto a un gran  ser humano.
De ser un gran maestro de la artesanía, pasó a ser un maestro de la vida. Era maravilloso escucharlo contar las anécdotas de su vida, como cuando empezó trabajando como pastor de ovejas en su pueblo, cuando escapó de su casa a los 12 años por temor a los golpes de su padre, como llegó a la ciudad de Huamanga siendo niño y tuvo que enfrentarse a la vida vendiendo marcianos en la plaza de la ciudad, cuando empezó a trabajar de ayudante de un jardinero y como pasó a servir al retablista López Antay, ya conocido en esa época, y cómo éste lo mantuvo 8 años como su empleado sin enseñarle nada importante. El Maestro Urbano contó que Antay era muy celoso con su trabajo, que lo mandaba a limpiar el taller pero que no quería compartirle los secretos del arte y que él tuvo que aprender en secreto, mirando y fisgoneando lo que Antay le ocultaba en un cuarto secreto al que sólo él entraba, “… una vez que Lopez Antay salió a conseguir licor, al que se había acostumbrado  en busca de inspiración, entré al cuarto donde no me permitía entrar y encontré el secreto se trataba de papa sancochada mezclada con yeso fino, desde ese día me propuse convertirme en el mejor retablista y superar a mi maestro” y vaya que lo logró.

Un interesante pasaje de Santero y Caminante dice que a Lopez Antay le ocurrió lo mismo que al famoso Botticelli, que dejó de pintar cuando vio que su discípulo Leonardo De Vinci, lo había superado. Lopez Antay se retiro en silencio de la Exposición Ferial de Artes Populares de Ayacucho donde  Jesús Urbano obtuvo el primer puesto, había sido vencido por su alumno, y desde ahí, nunca más volvió a presentarse.

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